BUENOS AIRES SIGLO XX

Contar la historia de un país, es contar también la de su gente. Para entender el presente es necesario repasar el pasado y eso es lo que intento a través de este blog, con un agregado personal, contar la historia de mi familia dentro del contexto sociopolítico de la Argentina. La historia debería ser leída desde la primera entrada, donde narro mi partida del país hacia Europa, el viaje justamente inverso que hiciera mi abuelo Francisco con una maleta cargada de sueños y la esperanza de un mañana mejor.

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lunes, 20 de diciembre de 2010

ARGENTINA EN EL ´20


Lo que vieron sus ojos

Conventillo de La Boca
            Aquel inmigrante italiano, de piel curtida y manos ajadas, alto como una espiga, flaco como un galgo, de ojos hundidos y negros como la noche caminaba solo bajo un cielo porteño gris plomizo, las calles empedradas de La Boca, húmedas por la llovizna incesante invitaban a resbalones constantes. Había cambiado en poco tiempo su paisaje calabrés por uno río platense. Acostumbrado a otear por largas horas su extenso mar Mediterráneo ahora paseaba junto al Río de la Plata, ya no retumbaba en sus oídos aquella canción italiana que tanto le gustaba, en esta nueva vida se dejaba llevar al ritmo de los quiebres de un viejo bandoneón proveniente de alguna de las tantas cantinas que se asomaban a su paso. Le empezaban a gustar esas letras de tangos tristes a pesar de que le estrujaban el alma, cuando recordaba a su viejita querida o al estricto padre dándole consejos antes de partir.  Sus recuerdos eran valiosas joyas invendibles, imperecederas que nunca le harían olvidar sus orígenes, quien era y porque estaba ahí. La imagen de sus padres con rostros de dolor, tristeza y amor al mismo tiempo, viéndolo partir quedaría grabada en su memoria y en su retina, sabía que ellos no vendrían, sabía que él no volvería, ese fue un adiós definitivo, sólo su muerte los volvería a juntar algún día en el reino de los cielos. Ahora estaba solo, él y su dignidad y su orgullo para demostrarse a sí mismo que semejante desarraigo no había sido en vano.
            En aquella Argentina de 1920, a Hipólito Yrigoyen le quedaban dos años de mandato como presidente. Al final de su mandato crearía Y.P.F. (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) bajo la dirección del general Enrique Mosconi, destinado a promover la explotación petrolera dependiendo del Ministerio de Agricultura, del cual era Ministro Honorio Pueyrredón, aunque su crecimiento se produciría durante la presidencia de Alvear, su sucesor.
Hipólito Yrigoyen
            Hacía dos años que la Primer Guerra Mundial había acabado, dejando a su paso más de diez millones de muertes y más de 60 millones de soldados europeos movilizados entre 1914 y 1918.  Victorino de la Plaza, presidente en funciones cuando estalló la guerra había declarado la neutralidad ante la misma, Yrigoyen haría lo mismo durante su mandato. Esa neutralidad traería consecuencias diplomáticas para el país, generando roces con los Aliados y con Estados Unidos. Esta guerra había obligado a millones de europeos a emigrar a Sudamérica, entre otros destinos, buscando lo que Europa no les daba, paz, trabajo y algo que llevarse a la boca.
            Yrigoyen, ante la dificultosa tarea de imponer su autoridad a nivel nacional, intervino casi todas las provincias argumentando que existían gobiernos elegidos al amparo del fraude electoral. En 1917 fue intervenida la Provincia de Buenos Aires, controlada hasta ese momento por Marcelino Ugarte.  Al final de su primera presidencia, Yrigoyen logró establecer gobiernos radicales en varias provincias. En esa etapa de la Argentina se produjeron numerosas huelgas, el año 1919 fue significativo en este aspecto.
            En diciembre de 1918 estalló una huelga en los talleres metalúrgicos de Pedro Vasena e hijos situados en Nueva Pompeya. Los obreros reclamaban mejores salarios y mejora en las condiciones de trabajo. El 7 de enero una emboscada policial terminó con varios trabajadores muertos.
Sus sepelios se transformaron en una gran manifestación que también fue reprimida. Las organizaciones sindicales convocaron a una huelga general, se sucedieron choques callejeros y las barricadas se extendieron por toda la ciudad. En la represión intervino el ejército, la policía y grupos de civiles armados que constituyeron la Liga Patriótica Argentina que estaba controlada por los conservadores.  Hubo numerosos muertos y heridos; el Presidente Yrigoyen obtuvo una solución favorable a los huelguistas.
Los sucesos de 1919 desbordaron a Elpidio González que era el jefe de Policía del momento y uno de los más leales amigos de Yrigoyen, que por sus funciones estaba encargado de negociar con los huelguistas, ante estas circunstancias el general Luis Dellepiane, comandante de Campo de Mayo, se encargó de restablecer el orden.   Muchos esperaban y lo alentaron a que encabezara un golpe de estado, pero Dellepiane era radical y simpatizante de Yrigoyen.
Trágicos sucesos de la Patagonia rebelde
A fines de 1920 se originó una huelga en Río Gallegos (provincia de Santa Cruz) en reclamo de mejoras a las condiciones de trabajador rural. Se produjeron actos de violencia entre los manifestantes y la policía  El gobierno nacional envió como mediador al Teniente Coronel Héctor Varela, del regimiento 10º de Caballería pero un grupo no aceptó las condiciones y se reinició la huelga. En agosto de 1921 se declaró huelga general en el territorio. Se tomaron rehenes y se incendiaron estancias. La liga Patriótica Argentina actuó como grupo de choque contra los manifestantes. El gobierno envió nuevamente a Varela, quien realizó una férrea y brutal represión.  La represión incluyó fusilamientos masivos, torturas e incendios a graneros llenos de huelguistas. Aunque no hubo cifra oficial sobre los muertos se calculan más de dos mil.  Yrigoyen nunca conoció fehacientemente lo ocurrido en la Patagonia.

Aquel inmigrante italiano se iba amoldando a la cuidad porteña, iba comprendiendo su cultura, se empapaba de ella, se mimetizaba para sobrevivir en aquellos tiempos difíciles, incluso para una Argentina próspera que crecía gracias a que Europa caía. Argentina era el granero del mundo y él su mano de obra barata, Sus ojos veían los sucesos argentinos más trágicos, los que quedarían para la historia y serían contados en películas posteriores. El, sin quererlo, sería un actor de reparto. Sus vivencias, sus historias, sus miedos, su sacrificio y sus logros quedarían sólo en el relato, él contribuyó en gran parte al crecimiento de esa Argentina gloriosa, próspera, elegante, dura o trágica, según el punto de vista de donde se mire.
Francisco, el inmigrante italiano, se perdió en las sombras de una noche cerrada, invernal, fría. Aquel bandoneón acompañó sus pasos. La fría habitación del conventillo lo esperaba para abrazar sus sueños, seguramente, serían de su Italia natal o quizás de esa Argentina indómita y prometedora, que era ahora, su nuevo hogar, para siempre.

jueves, 2 de diciembre de 2010

ARGENTINA 1900

El granero del mundo

            Puerto de Buenos Aires, principio del siglo XX. El frío helaba el aliento y hacía mas dura la espera. Un manto de neblina lo cubría todo dando la sensación de estar dentro de una gran nube. La Humedad calaba hasta los huesos. Cientos de personas aguardaban a pie de muelle que el gran navío se dejara ver  en ese Río de la Plata inmenso, calmo. Hacía un mes que habían recibido la noticia por carta, al fin llegaba otro amigo, otro pariente a esta parte de la Tierra proveniente de aquel sitio lejano, del otro lado del gran océano, desplazados por el excedente de mano de obra campesina y la posterior crisis económica, factores fundamentales de la emigración de ciudadanos europeos a tierras Sudamericanas. Era el edén, la oportunidad de progresar y ayudar a los que se quedaban. Argentina, bajo el mando de Julio Argentino Roca, pareció seguir los consejos de Juan Bautista Alberdi, quien aseguraba que gobernar en América era poblar, necesitaba por un lado fomentar la inmigración de la población anglosajona y alemana, buscando modificar la composición poblacional, deseaban una población civilizada. Pero Argentina, en vez de recibir inmigración anglosajona y alemana, que eligieron como destino Estados Unidos y colonias británicas, recibió principalmente italianos y españoles. El país austral necesitaba mano de obra para una producción agrícola masiva y ante el fracaso del plan de adjudicación de tierras en propiedad, los inmigrantes se transformaron en arrendatarios y peones, buscando asilo en los centros urbanos.
            Eran las ocho de la mañana, la ansiedad y los nervios hacían galopar los corazones de los pacientes familiares, amigos y curiosos que no quitaban ojo del horizonte esperando ver aparecer al gran barco de vapor. Como un fantasma atravesó ese manto de neblina y cientos de manos se agitaron desesperadas buscando complicidad del otro lado. El gran viaje había llegado a su fin y comenzaba para ellos, los emigrantes europeos, un nuevo desafío. Hacer la América.
            Entre todos ellos, tres emigrantes europeos pisarían suelo argentino en distintos momentos de sus vidas.
El, Francisco Paparatto, mi abuelo materno, nacido en 1903 en Joppolo, Calabria, descendió de ese barco a los 18 años, corría el año 1921, pero dos años mas tarde debió retornar para cumplir con el servicio militar obligatorio. Una casona en el capitalino barrio de Devoto, en la cuidad de Buenos Aires fue el lugar de encuentro para él y muchos otros familiares que llegaban desde Italia. Argentina lo volvió a recibir pero esta vez para siempre dejando atrás una hermana, Antonia, y sus padres, Sabatino Paparatto y Mariana Falduto, quienes nunca mas lo volverían a ver. Francisco había encontrado en el volante de un taxi su profesión definitiva.
Ella, Ana Ragadali, mi abuela materna, nacida en 1909 en Catanzaro, Italia, llegó a esas tierras australes con 12 años en compañía de su madre Anunciata y sus hermanos menores Rosa y Nicola. Su padre, Roque Ragadali los esperaba desde hacía algún tiempo en Buenos Aires, donde vivía con Concepción, una hija de su anterior matrimonio
La vida los juntó y los casó cuando él tenía treinta y cinco años y ella dieciocho, no por elección sino por imposición de sus padres, que buscaban su bienestar económico, sin pensar demasiado si era lo que ella realmente quería, costumbre que hoy día parece mas de la edad media que de principios del siglo XX.
            Otro italiano, éste de Bologna, arribó a esas tierras prometedoras, en busca de aquello que su país no le dio. Jornalero, nacido en 1863, dueño del apellido que hoy llevo con orgullo, era Guiseppe Benedetti, mi bisabuelo.
Argentina del 1900, tan lejana como misteriosa, tan atrayente, tan seductora. Una Argentina próspera creciendo a pasos agigantados gracias a sus miles de kilómetros cultivados y por cultivar, gracias a su capacidad de vender gran parte de lo producido a una Europa sumergida en una gran crisis y a las puertas de una gran guerra. Mirando las fotos de esos valientes y desesperados emigrantes, me veo reflejado en ellos, siento en mi propia piel lo que sintieron ellos, el desarraigo, la incertidumbre de lo que vendrá, el miedo a no volver a ver mas la tierra que te vio nacer, no  volver a ver a tus viejos, a tus amigos de siempre.  Tres generaciones después y tras ochenta y un años me tocó a mi hacer el viaje a la inversa, esta vez no en barco pero cruzando el mismo Océano. La historia continúa, no en mí sino en mis hijos o en los nietos que algún día tendré. Ellos contarán su propia historia que no es más que la continuación de ésta, las de cuatro generaciones con raíces italianas.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

CRUZANDO EL CHARCO

Llegó el momento que había soñado pero a la vez tan temido. Mi vida se partiría en dos en el mismo momento en que subiera a ese avión, esa enorme mole de hierro alada que cruzaría el gran Océano para llevarme a la madre patria, esa que que nunca supo conquistarme pero que ahora me abría los brazos y me ofrecía cobijo y algo de estabilidad. Por un lado quedaban mis afectos, mis costumbres y todo lo que fui y por el otro se abría un abanico de oportunidades tentadoras, prometedoras pero a la vez inciertas. No sólo eran las ganas de progresar lo que me impulsaba a la aventura, también lo era el deseo de salir y ver un mundo distinto para saber donde estaba parado. Es difícil hacer una valoración de las cosas cuando sólo se conoce una porción de la realidad y de la otra  sólo se escuchan historias y anécdotas. No hay nada como el contacto en primera persona para saber que se siente al estar del otro lado. Y yo estaba a punto de cruzarlo. Me encontraba en las salas del aeropuerto de Ezeiza y sabía que quedaba poco para empezar una nueva vida en la cual no estarían ninguno de mis seres queridos. Me sentía como dentro de una película, veía todo a mi alrededor como si fuera un sueño, estaban muchos de mis amigos, mis padres, era el último adiós. Miré la cara de mis viejos queridos, aguantaban las lágrimas heroicamente y yo hacía lo mismo para no entristecerlos aún mas. Se iba su hijo, se iba muy lejos y sabe Dios cuando la vida nos volvería a cruzar. Llegó la hora, había que cruzar a ese sector invisible a los ojos de los que se quedan llamada sala de embarque, la antesala del adiós definitivo. Los abrazos eran casi eternos, las lágrimas contenidas no aguantaron mas y mojaron las mejillas, las miradas lo decían todo porque las palabras salían entrecortadas, ese agarrón de último momento que te decía "andá andá! que se te va el avión!" pero que no soltaba mi mano. Diez metros, quizás menos recorrí hasta perderlos de vista, caminando hacia atrás para verlos hasta último momento.No había vuelta atrás. Ahora sólo mi memoria recordaría sus rostros, sus palabras de aliento, mi mente comenzó a trabajar como lo hace un disco duro buscando información, tratando de rememorar cada mirada, cada palabra, cada instante vivido con ellos, Era lo único que quedaba ahora. Frente a mí, una gran cristalera y de fondo, mi avión, rugiendo como un león embravecido, listo para despegar. Me tocó ventanilla. A mi lado, un muchacho que no paraba de temblar me miraba como potro que iba al matadero. "Tranquilo", le dije, "es el medio mas seguro de viajar", pero no lo convencí. Mientras tanto miraba por la pequeña ventanilla la última imágen de mi Buenos Aires querido, aquel donde juré morir y ahora me veía partir. Pensaba en mis padres, en mis amigos, pensaba en quien me esperaba del otro lado, sentí tristeza, expectativa, angustia, miedo, alegría, todo junto, me latía el corazón a mil y no aguanté mas. Lloré. Lloré casi todo el viaje y del cansancio me dormí. Al abrir los ojos un Sol nuevo iluminaba mi rostro, observé por la ventanilla ese nuevo mundo, del que siempre había escuchado hablar, sobrevolé Casablanca, El Sahara y ahí la vi. Mi nuevo hogar me esperaba, para empezar de cero, por un mañana mejor. Sólo espero que haya valido la pena, yo creo que si.